"EL DOLOR DE LA INJUSTICIA"

 

Hace unos días, algo sacudió mi mente de una manera que no puedo dejar de pensar en ello. En las noticias, me encontré con una historia que me desgarro el alma: un grupo de adolescentes agredió a un niño con parálisis cerebral. La crudeza de esa noticia me dejó sin palabras, pero, sobre todo, me hizo sentir un dolor tan profundo que no puedo calmar.

¿Cómo es posible que algo tan terrible ocurra? Un niño que ya enfrenta tanto en la vida, luchando con una condición que limita su cuerpo, siendo víctima de una violencia cruel e innecesaria. ¿Qué clase de mundo estamos construyendo cuando la indiferencia y la brutalidad ganan terreno frente a la compasión y el respeto?

Lo que más me duele no es solo la agresión física, sino la falta de humanidad que se refleja en un acto tan horrible. ¿Dónde queda el corazón? ¿La empatía? ¿El entendimiento de que todos somos humanos, todos merecemos dignidad, sin importar nuestra condición física o mental? Este tipo de actos no solo les hacen daño a las víctimas, sino que nos hieren a todos como sociedad.

Es frustrante ver cómo la violencia se presenta con tanta normalidad, como si fuera parte de nuestra vida cotidiana, como si los valores más básicos de la humanidad hubieran desaparecido. ¿Dónde están los adultos que deben guiar, enseñar y proteger? ¿Por qué dejamos que la rabia y el desdén reemplacen la comprensión y el amor? Es inaceptable, es injusto.

No solo está el acto de hacerlo, si no el acto de grabarlo y burlarse de ese niño, ¿con el fin de qué? Me gustaría entender como funciona la cabeza de esas personas para darle una respuesta "lógica" a lo que han hecho. Qué problema es el que tienen en la mente para que hacer algo así les parezca gracioso y divertido. A un niño que no puede hablar, ni prácticamente moverse. 

Este acto de crueldad nos grita a todos que debemos reaccionar, que una vez más, no podemos ser indiferentes ante el sufrimiento de los demás. Que el respeto, la tolerancia y la solidaridad no deben ser solo palabras con un significado, sino la razón de nuestras acciones. El dolor de esa injusticia debería ser suficiente para despertar la conciencia de todos. No podemos permitir que estas situaciones sigan ocurriendo, no podemos mirar hacia otro lado.

La vida no tiene que ser tan dura para aquellos que ya enfrentan suficientes desafíos. Necesitamos cambiar, necesitamos enseñar a las futuras generaciones a ser amables, a comprender la vulnerabilidad del otro, a tratar a cada ser humano con el respeto que se merece. Y si no lo hacemos, seguiremos perdiendo lo que nos hace humanos.

Quizás deberíamos enfocar nuestra atención en la educación emocional desde temprana edad. Enseñar a los niños y adolescentes a reconocer sus emociones, a gestionar sus frustraciones de manera saludable, y sobre todo, a practicar la empatía. El entendimiento de que todos somos distintos pero igualmente valiosos es un paso esencial para prevenir la violencia.

También es vital que los adultos, especialmente los padres, maestros y figuras de autoridad, se conviertan en ejemplos de conducta. Es necesario predicar con el ejemplo y enseñar con firmeza que el respeto hacia los demás es la base de cualquier sociedad. ¿Dónde están los padres de estos chicos? ¿Qué enseñanza han recibido?

El cambio empieza en nosotros, en cómo elegimos reaccionar ante la injusticia, en cómo nos unimos para eliminar la violencia desde sus raíces. No podemos seguir mirando hacia otro lado, esperando que el problema se resuelva solo. Cada pequeño acto de compasión y cada esfuerzo por educar y concienciar suma para construir un futuro más humano y justo. Y si todos nos comprometemos a hacer nuestra parte, podemos hacer que esta historia tan desgarradora sea la última.

Lo que ha sucedido nos provoca un dolor que no deberíamos olvidar, porque tal vez solo recordándolo podamos cambiar algo.

Comentarios

  1. Gracias, Alicia, por dedicar tiempo a pensar con el cuidado con el que lo haces y por hacernos pensar. Me he sentido como tú perturbado por la violencia de ese suceso, por el abuso a una persona que más bien deberíamos proteger y admirar. Tu texto me remueve de nuevo y no es fácil leerte. Hay una parte de mí que hubiera preferido dejar de leerte, que hubiera preferido no recordarlo, no volver a pensar, no volver a mirar. Me da miedo esta parte de mí porque, en el fondo, es un modo de mirar hacia otro lado, como con otras tantas violencias.
    Estoy convencido de que, en general, cuando tenemos noticia de estas cosas que suceden más o menos cerca de nosotros (a veces en nuestro aula, en nuestra calle, a la vuelta de la esquina, o en el otro lado del mediterráneo), solemos construir discursos que nos exculpan, como si los responsables siempre fueran los otros pero nunca uno mismo. Por eso me interesa cómo al final de tu texto indicas que el cambio comienza por nosotros en función de cómo respondamos ante lo sucedido, ante lo que sucede a nuestro alrededor.
    ¿No crees, Alicia, que para que una cosa así suceda, ha debido haber innumerables ejercicios pequeñitos de violencia que se han pasado por alto por unos y otros? ¿No crees que en el contexto escolar en que nosotros nos movemos asistimos casi a diario a pequeños actos de violencia que dejamos pasar y, de algún modo, normalizamos, consentimos? Un comentario homófobo, o machista, un silencio, qué sé yo.
    Como docente, padre, educador, todo esto me hace sentir fracasado en la medida en que no puedo evitar sentirme responsable. Estoy de acuerdo contigo en que la tolerancia, el respeto y la solidaridad deberían guiar nuestras acciones, en que deberíamos practicarlas, ponerlas en juego, y que la educación debería situar esas prácticas en su principal objetivo. Pero, ¿se hace? Yo diría que no. ¿Cómo se aprende la tolerancia, el respeto? ¿Cómo se enseña? ¿Cómo debería articularse la educación, la escuela, para que se convirtiera en un espacio de aprendizaje de este tipo? ¿Estamos los docentes-adultos preparados para asumir este reto? ¿Es compatible una educación atravesada por la competitividad y la aceleración con este reto? ¿Tiene cabida en tu instituto un texto como el tuyo o unas preguntas como estas que enuncio?¿Podemos parar para pensarlo?¿Tal vez para cambiarnos? Diría que no.
    Me gustaría invitarte a que conocieras el pensamiento de una filósofa del s. XX (que, por cierto, es una filósofa PAU) que se hizo preguntas parecidas a las tuyas. Se trata de Hannah Arendt. Era alemana, judía, y tuvo que huir a EEUU durante el mandato de Hitler en Alemania unos años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Tuvo suerte y desarrolló toda su vida académica e intelectual en Nueva York. Se hizo muchas preguntas sobre el Holocausto y el exterminio de los judíos. Preguntas parecidas a las tuyas. Y creó un concepto, "banalidad del mal", que me gustaría que estudiaras. Sus conclusiones son muy interesantes y aplicables al suceso del que hablas. Todos podemos hacer el mal. Lo hacemos cuando dejamos de pensar.
    Si quieres, investiga sobre esto, y dedicamos una sesión a este asunto después de vacaciones.
    https://youtu.be/MVZpoIz8ei4?feature=shared
    https://g.co/kgs/eh5b4BT

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  2. Me conmovió mucho tu texto. Es realmente devastador ver cómo la falta de empatía y compasión afecta a los más vulnerables. Coincido completamente contigo: necesitamos un cambio profundo en nuestra sociedad, comenzando por la educación emocional y el fomento de la empatía. Ojalá todos podamos contribuir a ese cambio, para que historias como esta no se repitan.

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