ENTRE LA DEVOCIÓN Y LA CONTRADICCIÓN
Cada año, cuando llega Semana Santa, me pasa algo curioso: me emociono. Me emociona ver las calles llenas, los pasos, los tambores, la devoción, las lágrimas sinceras de quienes viven su fe con el corazón. Es una semana cargada de símbolos, de tradición, de comunidad. Es, sin duda, una semana bonita. Una semana donde todo parece estar envuelto de muchos sentimientos. Yo soy saxofonista y toco en las procesiones y aunque no soy creyente he de decir que las imágenes, la música, el olor a incienso, todo el mundo en silencio, en general, el ambiente me hace sentir mariposas en el cuerpo.
Pero también me genera preguntas. Muchas.
Me pregunto cómo es posible que tanta gente se dice ser cristiana, que se golpea el pecho en las procesiones, que llora al ver a la Virgen, que reza cada domingo... luego sea capaz de odiar. ¿Cómo puede haber creyentes tan fieles que, al mismo tiempo, son racistas, homófobos o hipócritas? ¿Cómo puede alguien proclamar el amor de Dios mientras rechaza, juzga o desprecia a su prójimo? ¿No dice la biblia que debemos amar al prójimo? El prójimo es tu hermano, tu padre o tu madre no aquellos a los que consideras tus ideales.
¿En qué momento se perdió el mensaje real?
Porque si algo dejó claro Jesucristo, más allá de dogmas y liturgias, es que vino a predicar el amor, la compasión, la justicia. No vino a crear una élite moral ni a señalar con el dedo a quien es diferente. Vino a hablar de amar al enemigo, de perdonar, de cuidar al pobre, al huérfano, al extranjero. Y sí: Jesús nació en Palestina. Esa misma tierra donde hoy mueren miles de personas, y donde muchos prefieren mirar para otro lado porque “es complicado”. Él dice que no hay que matar y si todos cumpliéramos no habría guerras, no habría violaciones, no habría muertes ni dolor.
Y cuando dices eso, que Jesús era palestino, o que era un refugiado, o que abrazó a los marginados de su tiempo, te miran raro. Como si les rompieras la imagen cómoda que tienen de su religión.
¿Es posible ser creyente y, al mismo tiempo, negarse a ver el sufrimiento humano que hay en el mundo? ¿Es posible ir a misa cada domingo y salir de ahí con el corazón cerrado?
¿De qué sirve la fe si no se traduce en amor?
No quiero que suene muy duro. Pero estas preguntas me las hago porque me duele. Me duele ver la belleza de la Semana Santa convertida a veces en un ritual vacío, donde se honra la figura de Jesús, pero se olvida por completo su mensaje. Me duele que la religión, que debería ser un refugio y una guía hacia el bien, se use como excusa para excluir, señalar o imponer.
Comentarios
Publicar un comentario