TUVIMOS QUE QUEDARNOS A OSCURAS PARA VOLVER A VERNOS DE VERDAD

 

El lunes por la tarde, sin previo aviso, las luces se apagaron. Todo. El Wi-Fi. Las pantallas. Los timbres. Las neveras. Los semáforos. Las estaciones. Las casas. Las calles. Un apagón general. De esos que parecen sacados de una película o de un recuerdo antiguo.

Y al principio fue caos, confusión, preocupación. Si os soy sincera pensaba que se trataba de un ciberataque o del comienzo de la tercera guerra mundial...
Y fue entonces cuando… pasó algo que no esperábamos. Algo que, en el fondo, muchos anhelábamos sin saberlo.

Pasados los primeros minutos de desconcierto, la ciudad, el pueblo, el barrio, la calle, empezó a respirar de otra manera.
Los móviles, sin conexión. Las teles, mudas. Los ordenadores, inservibles.
Y nosotros, sin más remedio, empezamos a mirar a nuestro alrededor. A mirarnos.

Lo alucinante no fue la falta de electricidad.
Lo alucinante fue lo que surgió en su ausencia.

Los niños bajaron de casa, con una comba o una tiza en la mano. Se llamaban por las ventanas para salir a jugar y de repente la acera se llenó de rayuelas, de risas, de carreras, de juegos que creíamos perdidos.
Los adultos, en lugar de refugiarse en sus salones iluminados por pantallas, salieron a las puertas, a los balcones, a los bares. A conversar. A preguntar si alguien necesitaba algo. A compartir una linterna, una botella de agua o simplemente una anécdota.

En un bar al que fui a tomar algo, escuché una guitarra. Luego otra.
Dos chicos tocaban y la gente empezó a reunirse a su alrededor. Cantaban todos juntos. Viejos, jóvenes, niños. Nadie sacó el móvil para grabar. No hacía falta. El momento estaba sucediendo y bastaba con vivirlo.

Vi velas encendidas en las ventanas. Vi vecinos ayudando a subir bolsas a quienes no podían usar el ascensor. Vi abrazos. Y vi un video que me dejó muy conmocionada: en un tren detenido, sin luz, sin aire acondicionado, los pasajeros se pusieron a cantar canciones populares. Una señora marcaba el ritmo con una botella vacía. Alguien lloraba en silencio. Otro reía como hacía años que no lo hacía. Otros tocaban las palmas y los músicos la guitarra, algunos hasta salieron del tren para formar una coreografía con la música.

Y en mi casa…
Nos juntamos alrededor de una vieja radio de pilas que no usábamos desde hacía décadas. Yo no sabía ni cómo funcionaba. Encendimos velas, como en las películas antiguas.
Contamos historias. Escuchamos música.
Nos escuchamos entre nosotros.
Fue como volver a los 80. No por nostalgia, sino por necesidad. Porque en ese instante entendimos que la vida puede ser más simple. Que no necesitamos tanto para sentirnos bien.

Y entonces pensé:
Qué triste es que tengamos que quedarnos sin electricidad para darnos cuenta de todo lo que tenemos.
Qué frágil es nuestra idea de confort.
Qué poco valoramos el silencio, la mirada, la palabra, la presencia.
Qué lejos estamos, a veces, de lo que de verdad importa.

Porque sí, tenemos tecnología, tenemos pantallas, tenemos conexión.
Pero, ¿tenemos tiempo para estar realmente juntos?
¿Tenemos espacio para jugar, para escuchar, para cantar?
¿O estamos tan ocupados con nuestras notificaciones que olvidamos mirar al que tenemos enfrente?

A veces, la vida nos sacude. Nos apaga los interruptores para ver si así se enciende algo dentro de nosotros.
Y este lunes, por unas horas, ocurrió.
Volvimos a vernos.
Volvimos a jugar.
Volvimos a ser comunidad.

Ojalá no tengamos que esperar otro apagón para recordar todo eso.
Ojalá aprendamos a desconectar… para reconectar.

Comentarios

  1. Alicia, lo que escribiste me removió. Parece una escena de una peli, pero más real que cualquier cosa que vivimos con la luz encendida. Es como si el mundo se hubiera tenido que apagar para que por fin nos viéramos, para que pasara algo verdadero. Me quedé pensando en lo frágil que es todo lo que creemos “normal”. Que se va la electricidad y de repente aparece la humanidad. El juego. La música. El cuidado. La presencia.
    Me dejaste con una pregunta clavada: ¿de verdad hace falta que se corte todo para que empecemos a vivir? Ojalá más gente se encienda por dentro, sin tener que esperar otro apagón.

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